Alberto Barrow |
Por: Alberto Barrow.
Por infortunada virtud de una reciente sentencia emitida por el Tribunal
Constitucional de la República Dominicana, miles de hombres y mujeres nacidos
en ese país caribeño, cuyos ascendientes son extranjeros, particularmente
haitianos, se verán desprovistos de su nacionalidad, dominicana desde luego.
Conforme la sentencia que ha levantado la más amplia indignación en
América Latina y el Caribe, además de otras naciones alrededor del mundo, en
República Dominicana se dejará de aplicar un principio jurídico fundamental, y
es el que reza que uno es de donde nace, es decir que el suelo en que un ser
humano ve la luz por vez primera en su existencia, se convierte en uno de los
factores que le otorgan la posibilidad de hacerse ciudadano de ese determinado
país. Otro criterio válido en esta materia es el derecho de portar, también, la
nacionalidad de nuestros progenitores, por vía de sangre.
En el caso de la República Dominicana esos principios, caros al Derecho
Internacional, eran observados hasta el año 2010, cuando se promulgó una nueva
Constitución Política que echó por tierra uno de ellos.
Antes de la entrada en vigencia de la nueva Carta Magna, a los nacidos
desde 1929 en territorio dominicano cuyos padres estuvieran, al momento de su
nacimiento, en situación migratoria irregular, como fue el caso de muchísimos
haitianos que cruzaron hacia el otro lado de la isla, para laborar en la
vigorosa industria azucarera de entonces, se les reconocía la nacionalidad
dominicana. Y digo el otro lado de la isla porque Haití y República Dominicana
comparten un espacio geográfico insular común así como una misma ascendencia
africana, que muchos en la República Dominicana se han esforzado en desconocer,
y peor aún ocultar, a lo largo de su historia. Resultaría más que suficiente
cualquier imagen tomada en las calles de Puerto Príncipe o Santo Domingo para
poner en evidencia las similitudes entre ambas poblaciones. ¿Y qué hay del
extraordinario intérprete Johnny Ventura? ¿Acaso dominicano, haitiano, o ambos?
Es, sin ninguna exageración, una verdadera tragedia que miles de
personas que durante toda su vida han sido reconocidas como nacionales de un
país dejen de serlo de un día para otro. En el camino a que efectivamente se
cumpla tal despropósito, el Tribunal Constitucional ha exhortado a la Junta
Central Electoral, organismo del Estado por cuya cuenta corre la expedición de
actas de nacimiento y cédulas de identidad personal, a generar un padrón que
por su propio carácter no puede ser calificado menos que de discriminatorio, pues
se elaborará en función de un grupo humano en particular y sobre la premisa que
el registro que hasta la fecha se había llevado está viciado desde su génesis.
Dicho en términos más llanos, todos aquellos nacidos de padres haitianos, y
anotados como tales, nunca fueron dominicanos, y hoy día lo son mucho menos. La
situación de los haitianos, a partir de la sesgada sentencia judicial, no es
otra que la de su desabrigo como seres humanos en una sociedad que no les
reconoce su derecho de pertenencia. Como muy atinadamente ha señalado en una
carta de solidaridad con el movimiento “Dominican@s por Derecho” que está
difundiendo a nivel internacional la panameña Yvette Modestin, Fundadora y
Directora Ejecutiva de Encuentro Diáspora Afro y miembro de la directiva de la
Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, “decenas
de miles de personas confrontarán dificultades para estudiar, trabajar en el
sector formal de la economía, pagar seguro médico, cotizar en el fondo de
pensiones, contraer matrimonio civil, inscribir en el registro civil a sus
hijos o hijas, abrir cuentas bancarias, comprar, heredar; e inclusive, no
podrán salir del país que ahora los rechaza, porque no podrán sacar o renovar
pasaporte”.
Pero por si todo lo anterior no fuera suficientemente dramático como
penoso, la Sentencia 0168-13, como se la conoce, que ha expuesto a la República
Dominicana al repudio internacional, trae a nuestra memoria aquel espantoso
genocidio que ordenó el General Rafael Leónidas Trujillo, en 1937, cuando en
cuestión de días alrededor de 30,000 haitianos fueron asesinados a punta de
machetazos, en una suerte de limpieza étnica de “este lado de la isla”.
Hoy, setentaiseis años después, el machete ha sido sustituido por el
bolígrafo de unos jueces que en muy poco se diferencian de aquel dictador
conocido en vida como “El Chivo”, y sobre quien el escritor Mario Vargas Llosa
ya nos relató los enormes esfuerzos que hacía aquel por aclararse el tono de la
piel, ya que para Trujillo los negros no eran los dominicanos sino los venidos
del otro lado de la isla.
*El autor es Director del Observatorio Panamá Afro “Dr. George Priestley.
Completamente de acuerdo Alberto. Hay numerosos actos en la historia de la humanidad recordados con vergüenza, incredulidad y anhelos de no ser repetidos de nuevo; pero aun hoy decisiones bochornosas que se cometen continuamente. Entre estas la del Tribunal Constitucional como criterio de la nacionalidad en la República Dominicana, que prevalecerá como un funesto precedente en la historia del mestizaje de esa nación.
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