Un hombre no se debe dejar pisotear por nadie en esta vida.
¿De qué te ha servido este pequeño refugio de libros, grabados, discos, todas estas cosas bellas, refinadas, sutiles, inteligentes, coleccionadas con tanto afán creyendo que en este minúsculo espacio de civilización estarías defendido contra la incultura, la frivolidad, la estupidez y el vacío? (…) La barbarie termina por arrasarlo todo.
La novela cuenta la historia paralela de dos personajes: el ordenado y entrañable Felícito Yanaqué, un pequeño empresario dueño de la Empresa de Transportes Narihualá de Piura, que es extorsionado, e Ismael Carrera, un exitoso hombre de negocios, dueño de una © Morgana Vargas Llosaaseguradora en Lima, quien urde una sorpresiva venganza contra sus dos hijos holgazanes que quisieron verlo muerto. Viejos conocidos del mundo vargasllosiano aparecen en estas páginas: el sargento Lituma y los inconquistables, don Rigoberto, doña Lucrecia y Fonchito, todos moviéndose ahora en un Perú muy próspero.
Ambos protagonistas son, a su modo, discretos rebeldes que intentan hacerse cargo de sus propios destinos, pues tanto Ismael como Felícito le echan un pulso al curso de los acontecimientos. Mientras Ismael desafía todas las convenciones de su clase, Felícito se aferra a unas pocas máximas para plantar cara al chantaje. No son justicieros, pero están por encima de las mezquindades de su entorno para vivir según sus ideales y deseos.
Se trata de una novela ‘de regreso’, aunque idealizada por la imaginación literaria hasta convertir Perú en un espacio mítico. La Piura que Vargas Llosa conoció en la adolescencia, aquella ciudad polvorienta al pie de la ordillera andina, ha sufrido cambios considerables, pero mantiene cierto aire de irrealidad, que no de inverosimilitud, como si costase aceptar lo que allí pudiera haber ocurrido. Lo mismo podría decirse de Lima, la ciudad que fue contada por los grandes novelistas de los cincuenta de los que tanto aprendió el Premio Nobel.
En el prólogo a Los Jefes, su primer libro de cuentos editado —y ya premiado, 1959—, se desliza un error que acabaría siendo profético: “El libro premiado (…) tiene la característica, fundamental e inédita dentro
de los premios literarios otorgados en nuestra Patria, de ser un libro llegado del Otro Mundo”. Debería haberse hablado del Nuevo Mundo, pero advertir que se trataba de un relato que venía del Más Allá otorgaba a Vargas Llosa una pátina extraordinaria desde el inicio de su aventura literaria. El tiempo no ha hecho más que confirmar que aquella rara intuición inicial era el atisbo de la genialidad creadora que ahora bien conocen los lectores de Vargas Llosa. Si en Conversación en La Catedral se entrecruzaban cuatro historias diferentes que al final se cierran entre sí, en su nueva novela serán dos las aventuras que se superponen. El autor no deja nunca un cabo suelto, aquí mediante un esquema binario de ambientación como sucede en La ciudad y los perros, más relajado que las cinco historias que configuran el caleidoscopio argumental de La casa verde. Un rompecabezas más amable que la complejidad de las novelas que van de La ciudad y los perros a La guerra del fin del mundo y saltan a La fiesta del chivo, y no porque el autor le haga un favor al lector, sino porque la justicia narrativa de la historia así lo requiere. A pesar de ello, el lector se encuentra con la técnica del perspectivismo heredada de Cervantes, la brillantez en los diálogos, los dislocamientos en la acción, las prospecciones, los flashbacks, el monólogo interior… También los personajes son viejos conocidos de la narrativa de Vargas Llosa, desde la Selvática que aparecía en La casa verde y el mismo sargento Lituma —el mismo de Lituma en los andes, donde el conocido policía se enfrentaba a un Perú devastado por la violencia terrorista de la década de los ochenta— hasta el Rigoberto que protagonizaba Los cuadernos de don Rigoberto. Pero ese regreso al Perú contemporáneo se asume con cierta dosis de tristeza, tal vez una tristeza que tiene que ver con la constatación de que la barbarie anda apoderándose de los espacios de salvación que todavía quedaban intactos. Como si Santiago Zavala, Zavalita de Conversación en La Catedral, volviera a mirar desapasionado la avenida Tacna desde la puerta de La Crónica y dijera de nuevo aquello de: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. En la propia novela hay afirmaciones del tipo: “Como hay tanto progreso ahora en Piura, también aumentan los delitos”. Felícito también advertirá a su amante Mabelita en Piura que están rodeados de “Crímenes, asaltos, secuestros, lo de siempre”, o que no es de extrañar que “también los cachacos estén en el ajo. ¿No sabe en qué país vivimos, compadre?”, porque queda claro que “el problema es que ahora, en Piura, no opera una mafia, sino varias”.
En El héroe discreto, el escritor habla de nuevo, como en sus mejores novelas, de la resistencia del individuo ante el poder. Pero prevalece una necesaria idealización de la cultura como salvación, así como la constatación de que el arte también es una forma de erotismo.
Europa, la tierra de Rimbaud, también es objeto de deseo, e Italia, la joya de la corona. Eso no impide que los personajes defiendan las excelencias de los huevos estrellados de Casa Lucio tanto como un vals de Cecilia Barraza. Todo es poco cuando lo que se persigue es la felicidad. Y de eso saben mucho los protagonistas de El héroe discreto, una novela a la altura de las mejores del escritor universal que desde hace años es Mario Vargas Llosa.
EL AUTOR
Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, nació en Arequipa, Perú, en 1936. Aunque había estrenado un drama en Piura y publicado un libro de relatos, Los jefes, que obtuvo el Premio Leopoldo Alas, su carrera literaria cobró notoriedad con la publicación de La ciudad y los perros, Premio Biblioteca Breve (1962) y Premio de la Crítica (1963). En 1965 apareció su segunda novela, La casa verde, que obtuvo el Premio de la Crítica y el Premio Internacional Rómulo Gallegos. Posteriormente ha publicado piezas teatrales (La señorita de Tacna, Kathie y el hipopótamo, La Chunga, El loco de los balcones, Ojos bonitos, cuadros feos y Las mil noches y una noche), estudios y ensayos (como La orgía perpetua, La verdad de las mentiras, La tentación de lo imposible, El viaje a la ficción y La civilización del espectáculo), memorias (El pez en el agua), relatos (Los cachorros) y, sobre todo, novelas: Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El hablador, Elogio de la madrastra, Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto, La Fiesta del Chivo, El Paraíso en la otra esquina, Travesuras de la niña mala y El sueño del celta.
El héroe discreto es la primera novela que escribe y publica tras la concesión del Premio Nobel. Ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde los ya mencionados hasta el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN/Nabokov y el Grinzane Cavour.
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