Doctor Rodolfo Ermocilla (q.e.p.d.). |
Estimados Contertulios en la Red: saludos. Les hago llegar este mensaje con motivo del lamentable deceso de un panameño extraordinario, me refiero al Maestro Rodolfo Ermocilla Bellido, hecho acaecido el 12 de febrero recién pasado.
Como aconteció con una cantidad significativa de médicos panameños fui discípulo del Maestro Rodolfo Ermocilla durante mi entrenamiento como médico residente de Cirugía en el Hospital Santo Tomás. Durante ese periodo pude percatarme de la dedicación y empeño que ponía el Maestro Ermocilla en trasmitir sus vastos conocimientos a los médicos jóvenes. A partir de ese contacto con el Dr. Ermocilla establecí una amistad con el Maestro que se prolongó por décadas.
Otro motivo para el vinculo con el Dr. Rodolfo Ermocilla fue el hecho que la apreciada esposa del Maestro la Licenciada en Enfermería Gladys fue compañera de trabajo de mi esposa Valentina.
Como aconteció con una cantidad significativa de médicos panameños fui discípulo del Maestro Rodolfo Ermocilla durante mi entrenamiento como médico residente de Cirugía en el Hospital Santo Tomás. Durante ese periodo pude percatarme de la dedicación y empeño que ponía el Maestro Ermocilla en trasmitir sus vastos conocimientos a los médicos jóvenes. A partir de ese contacto con el Dr. Ermocilla establecí una amistad con el Maestro que se prolongó por décadas.
Otro motivo para el vinculo con el Dr. Rodolfo Ermocilla fue el hecho que la apreciada esposa del Maestro la Licenciada en Enfermería Gladys fue compañera de trabajo de mi esposa Valentina.
Como un homenaje al Dr. Ermocilla les hago llegar un segmento del libro de mi autoría Por los Senderos de la Patria y más allá relacionado con el quehacer profesional y poético del apreciado colega.
Además como un adjunto y con la anuencia del autor, les remito copia de las palabras pronunciadas por el médico patólogo Doctor Rosendo Díaz Suarez discípulo del consagrado docente Rodolfo Ermocilla Bellido en la despedida de su Maestro.
REMEMBRANZAS DEL MAESTRO ERMOCILLA
La existencia de este plano terrenal tiene para nosotros designios que van más allá de interpretaciones casuales y cuyos efectos marcan experiencias imperecederas.
Una mañana cualquiera del año 1977, mientras esperaba transporte público para dirigirme a mis labores como médico interno en el Hospital Santo Tomás, vistiendo el habitual uniforme blanco, un colega especialista detuvo su automóvil y con su usual cortesía me ofreció llevarme. Mientras transcurría el viaje, parte de la conversación fue el tema de mi futuro profesional, expresándole que debido a la admiración que como profesor de patología había despertado en mí en el aula de clases de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá, me interesaba la especialidad. El caballero y colega en mención era el doctor Rodolfo Ermosilla quien expreso: "Si hace la residencia en el Hospital Santo Tomás, yo le enseñaré patología".
Pasaron los años del internado y concursé por la única plaza disponible para anatomía patológica, quedando en segundo lugar. Y aquí es donde surge la situación extraordinaria que haría ineludible nuestra relación. Sorpresivamente el aspirante ganador renuncia y decide especializarse en medicina interna en la Caja de Seguro Social. Así fue como el doctor Ermosilla se convirtió en mi maestro de patología, con un estilo de formación casi tutorial de sus Residentes, que fuimos tres en años consecutivos, sus "Residentes de Oro", como él decía de la doctora Idalmis Perez de Torrazza, de este servidor, y del doctor Carlos Singh Gómez (q.e.p.d.), quienes "le devolvimos su entusiasmo de enseñar patología". Compraba libros costosos de la especialidad y los ponía a nuestra disposición, advirtiendo que debíamos "extraer bien los signos macroscópicos y microscópicos de nuestros casos, que nadie debía conocer mejor que nosotros nuestras laminillas histológicas y que si lo hacíamos con disciplina nos tropezaríamos con el diagnóstico en los libros". "Que su placer era transmitir todo lo que sabía a nosotros pues nada le pertenecía en el conocimiento científico".
Nos estimulaba a escribir y publicar artículos científicos de la especialidad, repitiendo una sentencia de uno de sus profesores en Inglaterra: "Publica o perece".
También nos estimulaba a enrolarnos en la docencia institucional y universitaria, "pues solamente estudia quien tiene que enseñar y los Patólogos tenemos que estudiar mucho por ser consultores de otros médicos a quienes no podemos echar cuentos". "Yo no vengo a recitarles textos ni las últimas publicaciones científicas, vengo a enseñarles los quehaceres de la patología y las actitudes de manejo de los casos en el ámbito nuestro, sin invadir terrenos ajenos pero sin permitir la intrusión en los nuestros". "El diagnóstico en Anatomía Patológica no es democrático: la mayoría puede coincidir pero en ocasiones el único disidente es quien tiene la razón porque sabe más". Nos enseñaba dignidad y decoro en el desempeño de nuestra especialidad.
Era un hombre culto, sabía más que medicina, las conversaciones con él, mientras revisábamos placas y casos eran muy variadas. Le gustaba delegar misiones para evaluar nuestras capacidades. Así me honró con la custodia de su laboratorio en la clínica San Fernando cuando tuvo que viajar a Argentina para recibir un Premio Internacional de Poesía de la fundación Alfonsina Stormi, pues su pasión era la poesía y se consideraba un hombre sentimental. De eso puedo dar fe, pues me confió relatos de su vida, muchas veces con lágrimas en los ojos.
Decía de sí mismo: "Yo soy altivo con los altivos y humilde con los humildes". En la puerta de acceso a su despacho en el servicio de Patología tenía escrito: "Adelante si no viene a perturbar mi placer de trabajar y mi labor científica, de lo contrario ¡Anúnciese!
Tenía fama de conflictivo pero él decía que su personalidad era reactiva, condicionada por las experiencias previas de intentos infructuosos de subyugación y menosprecio de personas y colegas acomplejados, que respondían a una especie de "coloniaje intelectual", por apreciar y valorar más lo extranjero que lo nacional en el contexto profesional.
Su gran experiencia y virtud de estudioso le confería una intuición casi misteriosa. Aquí debo externar que en forma espontánea aportó la primera pista pública sobre la etiología toxicológica de los casos denominados inicialmente Síndrome PIRA (Parálisis e insuficiencia renal aguda)por envenenamiento con dietilenglocol, en un programa de Radio Libre que compartía con el Profesor Alberto Quiróz Guardia, una mañana de un viernes de octubre de 2006, antes de que se revelaran los resultados provenientes de Estados Unidos. Basándose en el antecedentes de autopsias realizadas por él en 1961, de intoxicados similares de la Provincia de Colón. ¡Loor a usted Maestro, pues yo tuve la fortuna de escucharlo en la radio ese día!
En una ocasión siendo yo todavía Residente en patología, me correspondió abordar una situación administrativa suscitada en su ausencia, cuyo manejo y solución le notifiqué después, recibiendo el pronóstico de que yo sería Jefe del Servicio de Patología algún día. Y el pronóstico se cumplió con la honrosa situación de haber sido su jefe y constatar su diligencia y disposición de trabajo, sin menoscabo por su edad, hasta su retiro definitivo de la institución.
Guardo como una reliquia el librito que me obsequió, donde me daba las gracias por haberle tratado con reverencias mientras fui su superior jerárquico y por haber superado algunas desavenencias entre nosotros. Una de sus reflexiones dice: "La gratitud es una actitud del corazón. Las personas agradecidas viven cada momento con entusiasmo y satisfacción. Considera tus bienes y contempla como crecen" (Christine A. Adams, El arte de dar las gracias).
Maestro, soy yo quien da las gracias a la vida por habernos encontrado en este plano y ruego su benevolencia por una próxima interrelación cuando así esté dispuesto por la Divina Providencia.
Que fortuna haber tenido un Maestro como el Doctor Ermocilla.
Dr. Rosendo Díaz Suárez.
19 de febrero de 2013.
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